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1.
Lee el siguiente fragmento y responde las
preguntas a continuación.
Supongo que a cada quien le corresponde su
milagro. Por ejemplo, probablemente nunca me caerá encima un rayo,
ni ganaré un Premio Nobel, ni llegaré a ser el dictador de un
pequeño país de las islas del Pacífico, ni contraeré cáncer terminal de oído,
ni entraré en combustión espontánea. Pero considerando todas las
improbabilidades juntas, seguramente a cada uno de nosotros le sucederá
una de ellas. Yo podría haber visto llover ranas. Podría haber pisado
Marte. Podría haberme devorado una ballena. Podría haberme casado
con la reina de Inglaterra o haber sobrevivido durante meses en medio del
mar. Pero mi milagro fue diferente. Mi milagro fue el siguiente… John Green: Ciudades de papel, Nube de Tinta
a)
Identifica los sujetos de los verbos subrayados del texto. En caso de
sujeto elíptico, recupéralo por el contexto.
b)
¿Cuál es el núcleo del predicado en ni
llegaré a ser el dictador de un pequeño país?
c)
¿Cuál es la función sintáctica de me
en nunca me caerá encima un rayo?
d)
Extrae tres atributos del texto e indica qué grupos nominales los forman.
e)
Localiza los grupos preposicionales del texto y señala su función
sintáctica.
2.
Localiza los complementos circunstanciales de las
siguientes oraciones, indica de qué tipo son según su significado y señala qué
clase de grupo sintáctico los forman.
a)
Derrumbaron la puerta con una maza.
b)
Mañana nos reuniremos todos con mis hermanos en el aeropuerto.
c)
Con estos rotuladores sale muy bien la caligrafía.
d)
Hablaremos de ti esta misma noche.
3.
Copia las afirmaciones verdaderas y pon un
ejemplo que apoye tu elección.
a)
Un grupo preposicional puede funcionar como complemento directo.
b)
El complemento indirecto se puede
sustituir por los pronombres le y se.
c)
Un grupo preposicional puede ser término de otro grupo preposicional.
d)
El complemento predicativo se puede sustituir por el pronombre lo.
1. Indica a qué género y subgénero literario pertenecen los siguientes fragmentos y justifica tu respuesta.
El rayo de luna Era de
noche; una noche de verano, templada, llena de perfumes y de rumores
apacibles, y con una luna blanca y serena en mitad de un cielo azul,
luminoso. Manrique,
presa su imaginación de un vértigo de poesía, después de atravesar el puente,
desde donde contempló un momento la negra silueta de la ciudad que se
destacaba sobre el fondo algunas nubes blanquecinas y ligeras arrolladas en
el horizonte, se internó en las desiertas ruinas de los Templarios. La
medianoche tocaba a su punto. La luna, que se había ido remontando
lentamente, estaba ya en lo más alto del cielo, cuando al entrar en una
oscura alameda que conducía desde el derruido claustro a la margen del Duero,
Manrique exhaló un grito, un grito leve, ahogado, mezcla extraña de sorpresa,
de temor y de júbilo. En el
fondo de la sombría alameda había visto agitarse una cosa blanca que flotó un
momento y desapareció en la oscuridad. La orla del traje de una mujer, de una
mujer que había cruzado el sendero y se ocultaba entre el follaje, en el
mismo instante en que el loco soñador de quimeras e imposibles penetraba en
los jardines. —¡Una
mujer desconocida!…¡En ese sitio…! ¡A estas horas! Esa, esa es la mujer que
yo busco —exclamó Manrique; y se lanzó en su seguimiento, rápido como una
saeta. Gustavo Adolfo Bécquer: El rayo de luna, Cátedra |